Introducción: el muro del obeso.
Cuando hablamos de un muro, nos referimos a una obra vertical que cierra, divide o limita un espacio. Pero también nos recuerda a algo que no podemos cruzar, a un obstáculo que es difícil superar.
Las personas que padecen obesidad tienen su propio muro, se enfrentan a múltiples obstáculos. La manera de superarlos no es otra que el esfuerzo, un esfuerzo constante y mantenido en el tiempo. Un esfuerzo que no solo es físico, también económico y psicológico. Un esfuerzo que a veces no valoramos en la medida que se merece. Me incluyo si, ya que es tarea de todos, profesionales de la salud, sociedad o familiares valorar el esfuerzo que hacen en su justa medida.
Como profesional de la psicología me toca hablar del muro psicológico. Muro muchas veces olvidado y no incluido en los tratamientos. Es diferente en cada uno, ya que las emociones y comportamientos son propios de cada persona e interactúan de maneras distintas. De igual modo lo son las causas del problema, y por ello el abordaje que deberá realizarse. Sin embargo muchas consecuencias, dificultades o problemas psicológicos asociados a la obesidad se encuentran con relativa frecuencia en los pacientes.
Aspectos psicológicos en la obesidad.
Definir la obesidad desde el punto de vista psicológico es complicado. Hay diversas teorías al respecto. Unas han intentado perfilar una personalidad del paciente obeso sin resultados concluyentes, otras consideran que los aspectos psicológicos actúan como causa de la obesidad y otras consideran más las consecuencias psicológicas que un paciente obeso puede sufrir.
Entre los aspectos psicológicos como causantes, junto con otros, es importante destacar el estado anímico. Muchas veces la tristeza, la apatía, el aburrimiento, los nervios o la ira nos llevan a comer como modo de afrontar dichos estados de ánimo. No se puede decir que estas variables sean causantes de la obesidad, ya que es una interacción de factores lo que la causa. Sin embargo, es importante aprender a gestionar las emociones de otra manera, no solo para la obesidad u otros trastornos de la conducta alimenticia como la anorexia o la bulimia, sino para el día a día de todas las personas.
Por otro lado, como consecuencias de la obesidad podemos encontrar diferentes, y es que cada persona afronta de una manera una misma enfermedad. Sin embargo, hay problemas comunes que he encontrado en la gran mayoría de los pacientes. Ansiedad, tristeza, inseguridad en uno mismo, aislamiento o baja autoestima. Me gustaría detenerme especialmente en este último, la baja autoestima, ya que es el que ha causado especiales problemas en mis pacientes.
La autoestima es la consideración que tiene uno de sí mismo. Cuando preguntas a las personas obesas cómo se consideran ellos mismos no es raro encontrar que se valoren muy poco, o que incluso no sepan lo que valen o qué cualidades tienen. Muchas veces tendemos a valorarnos por lo que hacemos o hacíamos (correr una Maratón) y lo que tenemos (mujer e hijos).
Si debido a la obesidad ya no puedo hacer el mismo deporte que antes o mi relación matrimonial está deteriorada, ¿cómo voy a valer algo? Esta baja autoestima puede desencadenar sentimientos de tristeza tan profundos que acaben deprimidos, y sin darse cuenta, comiendo para aliviar estas emociones. Nos encontramos entonces ante un círculo vicioso del que es difícil salir, y que complica la adherencia a cualquier tratamiento; ya sea ejercicio, dieta, terapia o todo junto.
Parece que queda clara la necesidad de incluir un psicólogo en el tratamiento de una persona que sufre obesidad. Uno de los tratamientos más utilizados es el que incluye técnicas cognitivo-conductuales. Busca dotar a las personas de las habilidades necesarias para controlar su propia conducta y mejorar los hábitos de alimentación. Al igual que la dieta o el ejercicio, esta parte del tratamiento debe estar individualizada y adaptada a las necesidades de cada uno.
Las técnicas que más se utilizan son:
• Automonitoreo: registro diario de la ingesta de alimentos y de las circunstancias bajo las cuales se hace. Tiene como objetivo identificar las influencias del ambiente en la conducta de comer y ver los progresos.
• Control de estímulos para evitar que el paciente se exponga a situaciones que inducen a comer en exceso. Por ejemplo: se entrena al paciente a separar la comida de otras actividades como ver la tele o hacer negocios.
• Cambios al comer como masticar más despacio para dejar que las señales de saciedad lleguen o usar platos más pequeños para que la cantidad moderara de comida no parezca insignificante.
• Plan de recompensas por objetivos alcanzados con el fin de estimular el mantenimiento del esfuerzo.
• Estrategias de resolución de problemas y de afrontamiento del estrés para evitar que se coma como respuesta a la ansiedad y desarrolle otras estrategias más adaptativas.
• Reestructuración cognitiva: cambio de expectativas poco realistas, identificar pensamientos derrotistas o emociones negativas.
• Abordaje de la imagen corporal y la autoestima.
A parte de todo esto, según mi experiencia, donde el psicólogo tiene que poner especial hincapié es en la motivación al cambio del paciente y en el mantenimiento de esta motivación. Muchos mecanismos psicológicos pueden explicar el abandono del tratamiento.
Entre mis pacientes he encontrado motivos compartidos para dicho abandono. La frustración derivada de no perder el peso esperado o no perderlo a la velocidad deseada es un enorme muro para mantener la motivación. Al igual que el desequilibrio percibido entre los esfuerzos que hacen y los beneficios que reciben. Y, como he dicho anteriormente, la baja autoestima que nos hacer verlo todo “con las gafas del negativismo”.
El problema no es solo de unas expectativas poco realistas o de poseer información incorrecta, va más allá. Y aquí entramos los psicólogos. Debemos realizar una evaluación exhaustiva de las motivaciones del paciente. Debemos trabajar con ellos el por qué del cambio, los beneficios a pesar de las pérdidas, las repercusiones de su estilo de vida actual y los objetivos qué buscar. No sirve que la familia sepa que debe adelgazar, o que tú como profesional de la salud lo sepas. Tampoco es suficiente que el paciente lo sepa, el paciente debe querer hacerlo. La motivación para hacerlo a de ser intrínseca, solo así se mantendrá el esfuerzo. Por ello obligar a una persona a realizar una dieta estricta o unas horas concretas de deporte diario de manera inflexible no servirá de mucho. Quizás aguante un mes, ¿pero y luego?
Hay que se flexible y no presionar al paciente, sino acompañar. “Caminar” a su lado y a su ritmo. Exigirle hasta lo que pueda conseguir, para poco a poco avanzar y pedirle más. Tiene que llevar las riendas de su proceso. Cuando controlamos las cosas nos sentimos más seguros y nuestra expectativa de autoeficacia es mayor. Como consecuencia la autoestima se elevará sin casi darnos cuenta, y puede que consigamos que el paciente no se vaya y no de la espalda a su proceso.